Son héroes anónimos que se
levantan temprano, suben contigo al ómnibus, preguntan cómo terminó el juego de
béisbol anoche y continúan su paso apresurado hasta llegar al hospital.
Allí le
anuncian que hay casos graves y que deben entrar urgente al salón. En la
camilla reposan los cuerpos de pacientes que están entre la vida y la muerte.
En la recepción, se observan los rostros afligidos de los familiares.
Sin descanso, horas enteras sin
comer y con la responsabilidad de salvar una vida, dan todo de sí a cambio de
la satisfacción de un “gracias doctor”.
En ese mismo instante, afuera, en
la calle, un hombre vende pizza, una mujer besa a su hijo, una niña sonríe…
El equipo médico se abraza, la operación
ha sido un éxito, otra persona que la ciencia y el sistema de salud cubano
salva.
Profesión de sacrificio, total
entrega, noches enteras sin dormir y muchas veces ingrata, pero que reconforta,
que llena cuando descubres a tu paso alguien que te saluda, te da un beso, te
extiende la mano, y te mira con esos ojos que no necesitan de palabras para
expresar el infinito y eterno agradecimiento.
Médicos internacionalistas,
médicos sin fronteras, médicos a quienes se les dedica un día, el 3 de
diciembre, y todos los demás.
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