Desde el silencio lo mira, se dice a sí misma que no volverá a pasar, que él no es así, y lo repite tantas veces que se convierte en una verdad irrefutable.
Su mamá le advierte, ella comprende sus palabras pero, al final, es su vida y es la que decide. Cada día despierta y recurre al maquillaje para ocultar las caídas y accidentes que provoca su torpeza. Tres años cuenta el almanaque y todavía la esperanza en el cambio persiste.
Él conoce sus debilidades, compra su silencio y calla sus lágrimas con palabras de perdón y arrepentimiento.
La última vez demoró dos días para ver la luz del sol, se mantuvo en la oscuridad, tapó los espejos y fingió estar enferma, como tantas veces.
El primer síntoma fue, sin dudas, el día que abandonó el trabajo, lo otro vino después, se distanció de las amigas, dejó de visitar a su familia, incluso, comenzó a fumar a escondidas.
Solo son 23 años y las cadenas le dejan, a diario, profundas huellas en el corazón. Los vecinos se preguntan cómo puede aguantar, nadie lo entiende, pero muchas víctimas como ella sí son capaces de explicar cómo ese abismo las consume y las inmoviliza.
Ese día se vio a sí misma. Pasaba por la funeraria y se enteró que velaban a una joven. Los peritos dijeron la última palabra, murió de una hemorragia interna producto a las lesiones sufridas en discusión violenta con su novio.
Ella se miró al espejo, solo tiene 23 años. Ese día volvió a vivir, decidió poner punto final.
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