La amistad es como el amor, hasta
que no encuentres a alguien que te enseñe su verdadero valor; lo confundes con
otro tipo de relación, donde, generalmente, prima el interés y la conveniencia.
Lo sé, porque demoré en encontrar
el verdadero sentido de tener un amigo, y sobre todo, porque aún persigo al
amor verdadero. Dice una de mis amigas que para encontrarlo hay que besar
muchos “sapos”, pero que lo digan las mujeres que se cansan de conocer todo
tipo de anfibio y, al final, nada, que a veces, te tienes que conformar con
uno (jejeje, no quiero llegar a ser pesimista).
Pero, bueno, hoy quiero escribir
sobre los amigos, esos seres únicos que conoces durante un período de tu vida y
te marcan para siempre; y aunque dejes de verlos, siempre los llevas contigo
como una parte inseparable. Quiero dedicar unas letras al amigo ausente, ese
con quien desearías compartir tus momentos más felices, y le echas de menos en
los más tristes espacios de tiempo que debes vivir. Ese amigo que quizás no
veas nunca más, pero que tus hijos lo conocerán cuando le cuentes miles de
historias de tu juventud, de la etapa en que estudiaste en la universidad, esos
recuerdos que guardas de cuando eran muy escasas tus responsabilidades, y te
sentías libre, y perder el tiempo era casi un hobby.
Amigos insustituibles, y no porque
otras personas no tengan la misma capacidad para ejercer la amistad, si no
porque son diferentes los amigos de la escuela a los amigos del trabajo, a los
amigos de practicar deporte, a los amigos de salir por las noches…
En la medida que pasa el tiempo cambiamos
nuestros intereses, la forma de pensar y actuar; y el tipo de amistad que
sostenemos con otras personas también se transforma.
El tiempo nos hace ser más
reservados, más serios, menos confidentes, más desconfiados, para decirlo de
algún modo.
Digo, amigo ausente, porque
refiero a personas que ya no residen cerca de mí, que se fueron y no sé si las
volveré a ver. Aunque nos escribimos constantemente, yo sé que no es igual
porque cuando me necesiten yo no estaré,
y viceversa; y por ley de la vida habrá alguien que ocupe mi papel.
Recuerdo… las tardes que pasamos
en pleno ocio, sentadas en la
Casa de la FEU
(Federación Estudiantil Universitaria) tomando un café, mirando la calle y
riéndonos de cualquier bobería. Recuerdo…los días de confesiones, donde el peor
problema del mundo quedaba minimizado con solo saber que tenía su apoyo, y eso
era suficiente. Recuerdo estar sentada en el malecón planificando el futuro,
dibujando sueños al azar, y todo parecía ser perfecto. Recuerdo cuando me dijo
que se iba y no lo podía creer, recuerdo aún mis lágrimas, el pecho estrujado,
el abrazo fuerte.
Por mucho tiempo me sentí como
extraña, fuera de lugar, ya no podía llamar cada 5 minutos, ya no tenía a quien
contarle algunos secretos. Tuve que aprender a ser mi propia amiga, tuve que
aprender a escribir y a enterrar mis secretos con Shift +Supr.
1 comentario:
muy buen trabajo como se nota la añoranza por la universidad y las amistades que dejamos detras es una verdadera pena que por cuestiones de la vida cada quien tome su camino pero bueno quedan las historias y los recuerdos que no dejaran morir las grandes amistades
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